No hay peor lucha, que la que no se hace.
Refrán popular
Luis Fernando Paredes
Porras / Masca la Iguana
Qué bonitas
se oyen las mentadas de madre y demás leperadas provenientes como cascada de
gayola al cuadrilátero. Gritar apoyando a los rudos desde las primeras filas de
la arena Puebla es de los primeros actos populares divertidos que recuerdo de
mi infancia. Los gritos y gestos, la energía del espacio eran y siguen siendo un
venero de emociones mexicanas vertidas entre llaves, lances, manotazos y
palabras altisonantes.
Hace años que
no asisto a la arena Puebla, la cual por fortuna sigue dando funciones los
lunes por las noches cerca del bulevar 5 de mayo y la 13 oriente. Sus
espectáculos forman parte del quehacer cultural de la angelópolis y el sabor de
las cemitas de las luchas es tradición culinaria.
Guardo con cariño
un libro amarillo de tamaño de un acuarto de hoja carta, en la carátula se
aprecia la máscara de El Santo y en sus páginas se cuentan los primeros 100
años de lucha libre en México. Un arte de reconocimiento mundial que nunca ha
sido censurado ni amenazado por autoridad alguna debido a que le griten putos a
los luchadores y otras cosas más que no vienen al caso por ser chingo de
groserías las que se dicen y el cómo se dicen, que en eso también se debe tener
gracia.
Nunca pasó
por mi mente dedicarme al arte y al deporte de la lucha libre, ni coleccionar
máscaras, ni hacerme asiduo asistentes de la arena Puebla. Pero tampoco el que
me fuera tan significativa la foto historieta impresa en papel sepia con las
aventuras del enmascarado de plata, El Santo. Toda mi colección fue a parar a
la basura gracias a mi madre, que, como muchas otras en el mundo valoro en nada
los preciados tesoros de los hijos en aras de limpiar el hogar de cosas
inservibles.
A los años
disfruto al saber que las películas mexicanas de luchadores son de culto a
nivel mundial y con ánimo de divertirse sanamente, podemos ver cualquiera para
maravillarnos de los efectos especiales, las coreografías, las locaciones y la
eterna lucha del bien y el mal resuelta entre chicas sensuales.
Hace un año y
medio, inspirado en la Carta del Barrio Educador, organizamos afuera de mi
casa, sobre la Calle Aldama en el Barrio de la Santa Fe, en el trópico
mexicano, Tuxtepec, Oaxaca, en le ribera del río de las mariposas el Papaloapan,
la primera y hasta ahora única función de lucha libre que se recuerda en la
colonia. Lo hicimos para propiciar la convivencia entre los vecinos, para
celebrar un año más de vida de nuestro proyecto educativo Préstame tu Recuerdo
y contamos con la maravillosa participación del Club de Lucha Libre de Tuxtepec
a quienes meses atrás, habíamos descubierto pese a que tienen más de dos
décadas de existir en la ciudad. Es tarde noche fue maravillosa y por supuesto
no faltaron los gritos de apoyo a los rudos desde las primeras filas, igual que
como manifestaba su apoyo mi padre nada más para causarme asombro con lo que
ello provocaba. Mis vecinos y niños de otros lados se empaparon con la energía
que tiene la lucha libre.
A quien se le
agotó la energía el día de ayer fue a una leyenda de Lucha Libre mexicana, el
Rayo de Jalisco, representante de este estado donde ahora los hombres se dan,
dice el pueblo jocoso, pero ya no de chingadazos sobre el cuadrilátero. La
máscara del rayo representa en este momento, la fugacidad de nuestra
existencia, esa que se bate entre el bien y el mal para luego extinguirse. La
noticia de su muerte me conmovió.
La iguana
dice que ella se avienta desde la tercera rama del árbol más grande de su
apestoso arroyo Moctezuma y que no usa máscara, que sus milenarias
características me las apuesta contra mi cabellera, mi bigote y mi barba, en
una lucha a dos de tres caídas sin límite de tiempo en el interior de las aguas
fétidas de su hábitat. La miro desafiante, crecida, chingona pues, y se sube a
la barda del IMSS para aventarse espectacularmente sobre unas hojas de lechuga
que le han dejado para que se alimente su cuerpo y su vanidad, pretendiendo
descubrir de qué lado masca.
Me retiro
caminado a buen ritmo al gimnasio del maestro El zurdo Santana ahí adelantito
siguiendo el cauce del arroyo, y voy pensando en mi nombre de luchador y la
nueva llave que inventaré y aplicaré veloz como un rayo: “la urracaiguana”. Esas
idas al gimnasio me permitirán además, animado por la rola del TRI, poder hacer
frente a la lucha milenaria sin límite de tiempo donde la máscara de látex es
imprescindible y nada recomendable ser como el rayo… bueno hay de gustos, como
en la lucha libre.
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